viernes, 4 de diciembre de 2009

Llorar sin placer no sirve de nada

"Llorar sin placer no sirve de nada". Ese era el lema que tenía Amelia, y lo cumplía. Cada vez que sus sueños se rompían, cada vez que se hacía daño, cada vez que parecía que no había solución a nada, ella lloraba. Se supone que el llorar no le aportaba nada, no le debía de aportar nada, pero le aportaba un tremendo placer, difícil de explicar, dado que tampoco era una sensación buena, se odiaba a sí misma cada vez que lloraba, cada vez que alguien se preocupaba por sus lágrimas. No quería llorar más, no quería preocupar a nadie por sus tonterías, pero no podía evitar llorar. El dolor, que nunca produce placer, que se supone que no debía provocarlo, a ella le provocaba aquel pequeño toque de placer que nada más le daba. Había llegado a llorar mientras cada uno de los cincuenta hombres con los que había estado (eran cincuenta, llevaba la cuenta) le recorrían el cuerpo con la punta de la lengua hasta llegar a su sexo solamente por sentir aquel extasis aún más intenso, y que sólo se le producía cuando lloraba. Había llorado en las películas de comedia para sentirlas más a fondo, para disfrutarlas más, puesto que la comedia era su género preferido. Había llorado mientras disfrutaba de la presencia de todos y cada uno de sus seres más queridos, porque así la sentía aún más a fondo. Incluso había llegado a lastimarse sólo para llorar.
Llorar le otorgaba aquel placer que nada más podía darle y era algo que ella odiaba de sí misma. Intentaba dejarlo, pero no podía. El llorar era la droga que alimentaba su ser, sin las lágrimas que derramaba de vez en cuando su cuerpo se apagaba, sus días se volvían más pesados, se ponía nerviosa, tenía ansiedad, y entonces necesitaba llorar por nada. Y cuando lloraba por nada, sin nada que complementase a su llanto, el llorar ya no le otorgaba placer. Por eso mismo, cada vez que sentía aquella necesidad inútil se repetía a sí misma "Llorar sin placer no sirve de nada".

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